Envidio a todos aquellos que jamás te conocerán
Es una sensación rara. Llegas por la noche, no demasiado pedo, a casa y justo antes de sacar las llaves estás tentado de dar dos pedaladas más y pasar de largo para ir a la suya. Te estiras en tu cama, fría... y desecha, por supuesto, y te falta algo y te sobra espacio y te sientes raro. Te falta un codo clavándose en tus costillas, un aliento en tu mejilla, una caricia en el muslo, una sonrisa en la cabecera, un pie frío al fondo de la sábana y un "el día no puede ir mejor" cruzando tu mente. Que fácil es acostumbrarse a ti.