Un calor humano considerablemente agradable predomina en la estancia a causa del gran número de personas que hay moviéndose, hablando y respirando. Todos estamos agitados expectantes por ver la cena que nos espera. Mientras la anfitriona acaba de dar las últimas pinceladas de una cena de lujo, mi amigo el músico agarra la guitarra y se pone a tocar con cierta soltura, harmonía y gracia una melodía marchosa y alegre. Al cabo de pocos segundos nos sorprendemos los unos a los otros cantando improvisadamente entre risas y carcajadas, con alguna que otra voz destacando por su precisión a la hora de afinar sobre las demás. La anfitriona empieza a hacer viajes y más viajes de la cocina al comedor y del comedor a la cocina portando platos cada vez más apetitosos y presentados con una pericia sorprendente. Cuando nos disponemos a comer un poco de cada plato mas de uno se precata de que nuestro amigo, el que está haciendo ingeniería en la politécnica, se limita a comer un gran plato de ensalada sin aliñar y al lado tiene un plato pequeño de pesacado que la anfitriona le ha hecho expresamente. Cuando le preguntamos a que se debe esa falta de respeto hacia la anfitriona nos explica avergonzado que le faltan sólo dos semanas para competir en un campeonato nacional de fitness y aún le quedan por perder dos quilos. Nos explica mas animadamente en que se basa la dieta que sigue y lo mucho que se divierte practicando acrobacias en la playa. Durante el resto de la cena, la conversa siempre gira en torno a otra persona, ese novio desconocido de la anfitriona, que en seguida ha hecho migas con todos y cada uno de los asistentes a pesar de no conocerlos de nada y se muestra como el mas cachondo del grupo, contando chistes y explicando cosas con gracia y picardía. No se tarda en empezar a oír los susurros por lo bajini comentando lo bien que les está cayendo a todos este chico, que a pesar de ser un completo desconocido, en seguida le a arrancado una sonrisa a cada uno de los comensales.
Con la llegada de la primera, la segunda y la tercera botella de vino llegan también las conversaciones profundas y los planteamientos filosóficos. Empezamos a hablar de la muerte, de política, del amor y del futuro, y ese colega que esta estudiando bellas artes nos conmueve a todos hablando de cada uno de los temas y sobretodo demostrándonos que está al dia en referencia a practicamente todo. Que es un auténtico coco, vaya.
Thomas Ripley dijo que todas y cada una de las personas tienen un talento destacable por encima de las otras, a todo el mundo se le da bien hacer algo, y con un poco de suerte, viven de ese talento. Y es ahora, sentado a los pies del sofá mientras veo como el estudiante de bellas artes capta la atención de todo el mundo mientras lía un cigarrillo de marihuana cuando me pregunto cuál es mi talento. Supongo que no debo tener ninguno, porque llevo ya rato pensando en el tema y no se me ocurre nada. Nunca se me han dado bien los deportes, no he pasado por una época académica especialmente brillante ni se me ha dado bien hacer nada que valga la pena hacer bien. Es cierto que siempre me a sorprendido el hecho de que la gente me tome cariño con extraña rapidez y me muestre su aprecio a pesar de apenas conocerme, aunque eso no significa nada. Supongo que en el fondo hay algo en mí que de verdad vale la pena. Alguna gente me ha comentado, normalmente en una conversa de bar después de haber tomado unas cuantas cervezas (la fase que comúnmente se conoce como "exaltación de la amistad") que les encanta mi visión del mundo, el ojo crítico que al fin y al cabo lo único que provoca són náuseas al ver la mierda de mundo en el que nos ha tocado vivir. No me interesa explotar esa cualidad, ni vivir de ella, ni siquiera me interesa que la gente se quede boquiabierta cuando me oiga hablar. Pero lo cierto es que me encantaría que la gente que me ha dicho eso estuviera en lo cierto. ¿Todos necesitamos sentirnos útiles, no?