Tu belleza intemporal
Sudores. Litros de sudor recorren mi cara en busca de mi boca temblorosa hechizada por tu desnudo. Mi tiempo se congela. Te escaneo lentamente memorizando cada una de las curvas de tu cuerpo, cada mancha de nacimiento, cada peca, desde tu mirada de sorpresa hasta tus pies y vuelta para arriba hasta tu rostro, ahora ennegrecido por el terror y la furia. Me hablas pero no quiero oírte. Sigo mirándote embobado esperando que llegue sangre a mis piernas para salir corriendo. Sólo cuando te cubres con la toalla puedo dejar de mirar tu cuerpo emperlado de gotas de agua y perderme en tus ojos, unos ojos que jamás había mirado de esta manera. Profundizo en ellos hasta sumirme en la negrura mas absoluta y mi mente empieza a volar, visitando infinidad de sentimientos hasta el momento vetados a mi persona. Recorro todas esas sensaciones, esos deseos que inevitablemente provocan una pequeña chispa en el lugar más reservado de mi alma, y como si del big bang se tratara, una incipiente explosión se extiende a partir de la nada desperdigando aquí y allá infinidad de poesía, llenando hasta el último hueco vacío de mi ser. Hace tiempo que te conozco, pero jamás había sentido nada ni remotamente parecido hasta ahora, tal vez por culpa de esa coraza con la que cargas a todas horas que te hace parecer ruda y seca, pero ahora que te veo despojada de esa careta con la que, queramos a no, todos nos protegemos, veo como realmente eres, y no puedo decir otra cosa que “me gusta”. Tu dulzura me ha embriagado de arriba abajo trastocando todo lo que hasta la fecha daba por sentado. Que bueno que hemos dejado de ser amigos. Eso es lo que pienso mientras, inconsciente aún, veo como tu inminente bofetada se cierne sobre mí. No sé si es por el dolor, el impacto, el sonido o la calentura que noto en mi mejilla, la cuestión es que me sacas, hablando en plata, a ostia limpia de mi letargo y empiezas a chillarme (¿o llevabas tiempo gritando?) para que salga del lavabo y te deje vestir. Embobado, atontado, sonriente y esperanzado, cierro la puerta del baño tras de mí y me apoyo plácidamente en ella rememorando la maravillosa experiencia. Me quedo ahí clavado con sonrisa de imbécil hasta que pasa Eric por el pasillo y me saluda mientras me deleita con un bostezo matutino. “¿Cómo estamos?”. Enamorado
1 comentario:
Buena entrada.
1 saludo
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