jueves, 22 de noviembre de 2007

El verano que me volví mentiroso

- ¿De verdad no te acuerdas? ¿Como puede ser que no te acuerdes de poner una lavadora? ¿Pasaste un mes entero solo en casa y no pusiste ninguna lavadora o que?

Mi hermano no deja de hacerme preguntas relacionadas con el tema y yo niego con la cabeza confuso, intentando ordenar mis recuerdos. No lo recuerdo. De hecho poco recuerdo de aquel verano. Empecé a trabajar en un restaurante de comida rápida y sé que dos meses mas tarde seguía trabajando allí y tenía ya unas cuantas amistades nuevas, pero el caso es que no se cómo surgieron estas amistades ni sé lo que hice durante ese agosto. Resulta un poco raro que no organizara ninguna fiesta en mi casa o que no recuerde haber estado en ninguna discoteca. No recuerdo ninguna noche de borrachera ni... nada. Solo me recuerdo a mí tumbado en la cama con barba de tres días gritándole al teléfono con cólera. Recuerdo haber pasado mucho tiempo dándome largos baños con música relajante. Y eso es todo. El resto está completamente en blanco. Bueno, no sé de que color está, la cuestión es que para mí desde luego no ha existido. Y todo por una mujer de ojos dulces pero mirar malicioso. Boca apetecible a la par que huidiza. Todo por una chica.

Lo pasé realmente mal cuando me abandonó. O eso creo. No lo sé. Sólo sé que desde entonces miento. Tal vez miento para rellenar huecos vacíos, o para convencerme a mí mismo de que todavía controlo algo de la situación. Tal vez miento porque en ocasiones debo hablar y no se de qué, tal vez miento porque tengo miedo de que me vuelvan a hacer daño. Tal vez miento para proteger a la gente de verdades incómodas. Para prolongar hasta el infinito mi carita de niño bueno. La cuestión es que desde entonces, creo que no hay nadie a mi alrededor al que le haya explicado todo lo que me ocurre. Puede que cuente las novedades de mi vida y pida consejos a mis amigos respecto a dilemas en los que me encuentro, pero cada uno de ellos sólo tiene una parte de la verdad. Al principio fue sencillo incluso divertido. Conforme la bola de nieve se fue haciendo más grande llegué a un punto en el que no sabía qué sabía cada persona, así que últimamente opto por el tanteo. Prolongo la conversación hablando con ambiguedades y conceptos abstractos hasta que estoy seguro de lo que esa persona sabe y no sabe, y a partir de ahí, prosigue la farsa. Porque a nadie le gustan los cambios. Miro álbumes de fotos familiares recubiertos de dedos de polvo y veo en mi infancia a ese niño regordete y siempre alegre al que no le importaba nada más que la diversión, y supongo que en el fondo me gustaría seguir siendo así, y me gusta que la gente piense que sigo siendo así. Y de ahí esa necesidad de aparentar esa bonanza y esa juventud de espíritu que se supone debería caracterizarme. Al fin y al cabo eso es lo que la gente espera de mí ¿quién soy yo para defraudarlos?

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