Me tienes contento
Me huele el cuello y dice que le gusta. Raro, pues hace tres años que no uso nada remotamente parecido al desodorante. Empieza a morderme la oreja y a introducir su lengua juguetona en ella. Antes de que sea capaz de decir “basta” ya estoy con los ojos cerrados disfrutando del momento y apretando la zona de la entrepierna contra su pelvis. Prefiero que los transeúntes piensen que somos unos descarados a que puedan ver a mi pequeña solitaria. Supongo que el hecho de ver como me apretujo contra ella, y ¿porque no decirlo? como me froto levemente contra su pantalón, le da pie a seguir con ese juego lujurioso a la par que incómodo. Pasa su lengua por detrás de mi oreja, una lengua prodigiosa, por cierto, y la hace descender por mi cuello hasta la mandíbula, y toma rumbo hacia la boca. Sigo con los ojos cerrados sin importarme el parque infantil que tengo a mis espaldas ni la boca de metro que ella tiene a las suyas. Por un instante pienso que ha sido buena idea ponerme un abrigo largo. Ella abre más las piernas y nos acoplamos a le perfección cuando nuestras bocas se buscan la una a la otra. Ella cierra los ojos y me besa apasionadamente. Mete sus manos por dentro de mi abrigo y me agarra de la retaguardia para chafarme más contra sus pechos que, debido a la presión de nuestros cuerpos, la escasa tela de su camiseta y la generosidad que tuvo Dios cuando los creó, éstos casi rebosan del escote y forman un canalillo hipnotizante. El abrigo cubre la delicada posición de sus manos, así que para cualquiera que pase no somos más que una pareja abrazándose con extraña ímpetu. Noto que desprendo tanto amor que por algún lugar tiene que salir y, efectivamente, ese amor acaba rebosando en mis calzoncillos, pues noto como una sustancia viscosa los impregna. Supongo que ha llegado el momento de decir “se acabó”, aunque el dolor de huevos de esta noche no me lo quita nadie. Muy a mi pesar separo mi boca de la suya y al enfocar la vista sobre su cara veo que sigue con los ojos cerrados y con una sonrisa de paz interior y a la vez de ardiente lascivia en la cara. “Dime que nos veremos mañana” dice mientras me besa el cuello con los ojos bien abiertos observando mi cara de incontinencia sexual. “Por supuesto” digo con un tono que apenas esconde las ganas que tengo de repetir la experiencia. Me besa una última vez, me mira en contrapicado con cara de inocencia y empieza a descender las escaleras del metro mientras yo aprovecho para observar el tremendísimo final de su espalda rematado con un fino hilo negro que sobresale a banda y banda de su cintura. “Joder” es lo que pienso justo antes de girarme y empezar a caminar con cierta dificultad hacia mi casa y “joder” es lo único que tengo ganas de hacer en estos momentos.
Es en el momento de sentarme en la mesa para cenar cuando noto como si mis testículos fueran un par de bolas de metal que han estado siempre en suspensión, y que el contacto con la silla las irrita. Engullo la cena como si llevara meses sin comer sólo para poder estirarme en la cama y darme un alivio a modo de valeriana. Una vez cubierto con la sabana, luces apagadas y después de un suspiro, me acaricio poco a poco hasta que a duras penas la solitaria responde levantando la cabeza. No os voy a deleitar con detalles escabrosos respecto a la consolación masculina, sólo os diré que el traer un trozo de papel de cocina para limpiarte después de la faena es como cuando vuelves de borrachera con ganas de mear: te acuerdas sólo una vez en la cama y dispuesto a dormir.
La noche siguiente (ya doy por sentado que no os interesa el día a día de mi vida, jamás se me ocurriría escribir sobre algo tan aburrido) quedo con Sara para hacer la presentación en sociedad con todos mis amigos, el Consejo de Sabios. De camino al bar ella no se presenta nerviosa por el hecho de estar a punto de conocer a los amigos de su novio, es más, se la ve animada y relajada, o al menos eso es lo que me dice su mano cada vez que me estruja alguna de las nalgas. Nunca había tenido una pareja que le gustara caminar tocándome el culo, y francamente, digamos que no es del todo desagradable. Entramos en el bar con ganas de salir camino a un descampado a subirnos la autoestima mutuamente, pero el conocer a las amistades de tu pareja es un tema delicado por el que todas las parejas deben pasar. No creo que el día que me toque conocer a sus amigos yo esté tan relajado. Al cabo de diez minutos de haber entrado en el bar todo el mundo la adora, ella no deja de hacer bromas y de comportarse como una persona, y no como acostumbran a comportarse las tías: como “tías”. Parece mentira que con lo extremadamente femenina que puede llegar a ser pueda desenvolverse tan bien en una situación como ésta. Después de un par de Ducados, Marc se levanta hacia la barra y le pregunta si quiere otra cerveza como si fuera una más del grupo, eso me hace sentir bien, aunque todo el mundo está tan encantado con ella y ella está siendo tan encantadora con todos que me siento un poco desplazado. Al principio creía que el hecho de tener una novia tan extremadamente guapa (y os aseguro que no es el amor el que habla, sino que lo dice la mayor parte de la gente) me provocaría un estado de celosía continua, pero lo cierto es que me encuentro bastante bien “fardando de cacha”. Media hora más y mis amigos ya están hablando de temas comunes en la borrachera profunda: filosofía, exaltación de la amistad, desamores, chistes, anécdotas del instituto, etc... Es entonces cuando Sara me agarra del brazo y me lleva a rastras a los servicios donde me hace el amor con la ideal proporción entre pasión y cariño. Disfruto durante horas, por no decir unos pocos minutos, de su cuerpo perfecto, sus caras de placer, su flexibilidad y sobretodo de sus increíbles labios, desplazándose con destreza allá donde provocan más placer sin necesidad que yo le diga nada. Algo increíble. Y lo mejor de todo es que al volver a la sala con todos mis amigos, ellos ni siquiera se habían percatado de nuestra ausencia, cosa que normalmente deprimiría estando solo, es una bendición cuando en realidad te has ido con tu pareja a darle al tema.
Al salir del bar me detiene en la entrada y me empotra contra la fachada. Me besa apasionadamente y me dice “Todavía estoy esperando”. Cuando abro los ojos soy consciente de que he sido víctima de otro sueño burlón antes de percatarme que estoy con la cabeza colgando por el borde de la cama. Me incorporo y me quedo pensando unos segundos en la oscuridad en qué es lo que me pasa con esta tía, coño. Llevo meses soñando con ella, buscándola con la mirada, y cuando no la busco me da que la veo. No sé si la quiero o todo es fruto de una obsesión/ mala-jugada de mi subconsciente, solo sé que está situación me está enloqueciendo. Me dan ganas de conseguir por fin hablar con ella y poder decirle a la cara...
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