La sonrisa
Supongo que es triste que te sorprenda la sonrisa que ves tras el espejo. No me importa, la cuestión es que se ha despertado conmigo y me encanta. Mi cara ha cambiado por completo. Tengo los ojos mas abiertos a pesar del sueño y me muevo de forma diferente. Estoy contento. Recuerdo escenas sueltas de la noche pasada y con cada una de ellas me emociono como un adolescente después de su primer beso. Voy a la cocina y sonrío mientras me preparo el desayuno. Me planto ante el ordenador y sigo sonriendo, viviendo del ayer. Me ducho a ritmo de Rafa Pons, y noto que me cuesta cantar. Sí, he dicho cantar, me cuesta cantar porque esa sonrisa tan abierta es ya tan exagerada que me duele la mandíbula. A media mañana hago una breve visita al consejo de sabios para comentar la jugada y para que me dieran su dosis de crítica directamente a la vena, y después de concluir con el veredicto de que actué errado sellaron la reunión con un último consejo. Más vale “so” que “arre”. Salgo convencido de lo evidente, un poco mas bajo de ánimos, quizá. Pero igualmente feliz.
Recuerdo miradas. Miradas intensas y prolongadas que ninguno de los dos tenía ganas de cortar. Silencios eternos que ambos disfrutábamos sencillamente con la sonrisa del otro. Recuerdo un pie nervioso bajo la mesa. Recuerdo caricias cómplices en la pierna. Risas y sonrisas. Contacto. Piropos. Miraditas. Arqueamientos de cejas. Mas sonrisas. Miradas que me atrevería a tachar de lascivas. Pero por encima de todo recuerdo mi deseo. Recuerdo lo mucho que me gusté yo mismo mientras hablaba con ella. Recuerdo lo bien que me hacía sentir cada una de sus miradas. Está claro. No actué como debía. Me lo dicen incluso las galletas de la suerte. Me lo dice incluso la música que escucho en el baño mientras recuerdo, eso sí, con una sonrisa en la cara, la magia que me embargó anoche: “el cigarro se consume, niña, hagamos un resumen, pero en calma.
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