lunes, 19 de noviembre de 2007

Que vida mas triste (la verídica historia de un día aburrido)

Abro los ojos con los primeros acordes que mi móvil emite de “Beat it” desde el armario. Lo dejo en el armario porque, uno, así tengo que levantarme a apagar la función despertador, dos, por las supuestas radiaciones dañinas que emiten, tres, porque hace unos meses que se han contabilizado varias explosiones de las baterías de móviles de diferentes marcas y, cuatro, porque si tienes la casa en obras con la habitación llena de trastos, te despierta súbitamente el golpearte la espinilla con una mesa con la que no contabas en el trayecto de tu cama al armario. “Hoy va a ser un día de puta madre” pienso mientras llego cojeando a apagar el despertador. Además me siento con un sueño terrible por haberme estado estúpidamente hablando por Internet hasta las tantas con “esa amiga” que hacía tanto tiempo con la que no hablabas y que desafortunadamente se conectó en el momento justo en que te ibas a dormir. ¿Consecuencia? Cuatro horas y media de sueño y una mala leche de aquí te espero. Son las seis de la mañana y el hombre que pone las calles se debe estar tomando un café con el borracho que cierra el bar. Como tengo tiempo, y si no lo tengo me da igual, decido probar la función sauna de la ducha. No, no soy un pijo asqueroso, lo que ocurre es que hace poco descubrí que si dejas la ducha rajando agua ardiendo durante unos segundos y luego pasas de repente al agua fría, en vez de agua fría sale un vapor de agua que da un regustín inexpresable a estas horas de la mañana. Mientras me ducho hago mis estiramientos de piernas mientras canto una canción de U2 que suena en mi cabeza. La gente acostumbra a cantar en la ducha debido a que las paredes de cerámica favorecen la sonoridad y nos da la sensación de que seamos Tom Jones. Supongo que habrá gente que le parecerá más raro el hecho de que haga estiramientos en la ducha. No os lo preguntéis, simplemente es así.

Salgo de la ducha y me detengo ante el espejo a mirar mi mala cara ¿Tengo ojeras o sencillamente soy así de feo? Me pregunto que medida de barba es el límite entre “le da un toque distintivo de guarrete” y “es un guarro asqueroso”. Debería hacerme algo en el pelo, raparlo estaría bien, aunque solo sea para no tener que peinarme. De pequeño me decían que tenía un pelo precioso, aunque teniendo en cuenta que lo tengo liso y color mierda, supongo que eso es lo que se le dice a un niño gordo cuando éste pregunta si algún día conseguirá tener novia. Abro el albornoz y me miro el vientre. Recuerdo que hace unos meses, al salir de la fiebre me sobresalían tanto las costillas que parecía un xilófono. Por suerte recuperé el peso, pero desde que estoy currando he perdido cinco quilos. De momento me veo bien, siempre me ha gustado la gente delgada, pero me pregunto si la cosa se quedará así o me dirijo inexorablemente a tener un cuerpo esquifido.

Voy a la cocina y almuerzo un plato de la pasta que sobró ayer. Me preparo el segundo almuerzo y lo meto en la mochila, junto con unos tejanos, la toalla del gimnasio y la “U” para atar la bici. Muy a mi pesar últimamente voy a trabajar en mallas, primero porque son cómodas, segundo porque de ir con otros pantalones tendría que lavarlos a diario y tercero porque hace mucho tiempo que perdí el sentido del ridículo. Camiseta interior, jersey de mercadillo (aunque sin duda pone Nike en el pecho), forro polar, braga, guantes, casco de bici, mochila, otra pitón colgando de mi hombro, puerta y adiós. En pocos segundos vuelvo a abrir la puerta, cojo la bici, y ahora sí que me voy. Llevo una bicicleta de carretera de la que estoy bastante orgulloso. La compré en un concesionario de coches usados al parecer a un buen precio. El vendedor se pasó hablando de cómo la consiguió durante media hora, a pesar de que yo había venido con la intención de entrar, pagar y salir. “Ya me tenías con el hola”, casi. No dejo de criticar lo poco seguras que son las motos y la poca esperanza de vida que tienen sus usuarios, pero viendo como voy con la bicicleta creo que en mas de una ocasión debería callarme, que hay gente que dice que estoy mas guapo (supongo que por la dentadura que me niego a arreglarme).

La mañana es fría y se ven nubarrones ¿o será el microclima de esta gran urbe? En cuanto cojo un poco de velocidad en la Gran Vía, las ráfagas de viento me atraviesan el cuerpo y me hacen arrepentir de no haberme puesto esos pantalones de chándal que todavía tengo que acabar de llenar. El frío me irrita, pero me hace ir más rápido para calentarme. Al llegar a plaza universidad empiezan a sobrarme piezas de ropa encima, y en cada semáforo que me detengo se puede ver como respiro con dificultad. La mitad del trayecto que me hago prácticamente a diario me tengo que detener cada dos semáforos, la otra mitad me la tengo que hacer del tirón y con un coche a dos palmos de mi culo pitándome nerviosamente para que me suba a la acera. Cuando llego a mi destino y me bajo de la bici siento que tengo las piernas tan hinchadas que apenas puedo caminar. Al menos así luzco las mallas. Hace relativamente poco descubrí que estoy acomplejado con mis caderas. Una amiga me cogió el cinturón y agarrándolo por un extremo con una mano empezó a deslizar la otra mano por él, esperando a que yo le dijera que parara. La cuestión era que debía detenerla cuando yo creyera que esa longitud se correspondía primero a mi espalda, luego a mi cintura y por último a mi cadera. Por lo visto creo que tengo la cadera un palmo más ancha de lo que en realidad la tengo. Ojalá. El hecho de tener las piernas tan estrechas, la espalda tan ancha y que el color de las mallas estilice, quien no me confunde con una “i” griega es porque tiene serios problemas oculares. Me meto en el centro comercial por la entrada de camiones y mientras camino por el patio de contenedores oigo pasos a mi espalda. Pienso en mis mallas y en el ridículo. “Por favor, que no sea nadie del curro, por favor que no sea nadie del curro, por favor...”. Sigo oyendo los pasos y pienso que si fuera algún conocido ya me habría dicho algo. Me relajo. “¿No tienes frío así?” dice una voz conocida a mi espalda. “Mierda”. Me giro y efectivamente es una compañera del trabajo, y mientras intento excusar mi ridículo atuendo no dejo de pensar “has estado detrás mío algo así como treinta segundos...no me jodas, tu me estabas mirando el culo”. ¿Ofende? Rotundamente no, así que chiquillas, dejaros de quejar de los piropos de los paletas que a los cuarenta los empezaréis a echar en falta. Tal vez no estuviera admirándome, pero la posibilidad está ahí y reconforta. Entramos en el curro y sin prisa pero sin pausa empezamos a doblar ropita y chorradas varias. Mientras estoy en estado zombi escuchando conversas ajenas que me interesan menos que el sexo de los calamares, y quiero dejar claro que me interesa entre poco y nada, la chica del patio de los contenedores se hace un sitio entre los que allí estábamos y empieza a hablar conmigo con una sonrisa excesivamente abierta para esa hora de la mañana. Al menos hay un motivo por el que vale la pena despertarse a la hora en que se acaba el botellón en mi pueblo.

Salgo del trabajo asqueado y embutido de nuevo en las jodidas mallas. Llego a donde dejé aparcada la bici y me siento en la hierba. El sol presenta un día agradable, caluroso y lleno de posibilidades para cualquiera que se despierte ahora y mire por la ventana. Para los que nuestro día empezó hace seis horas sigue siendo la misma noche gélida y desgraciada. Saco el tupper lleno de arroz y atún y me pongo a comer ansioso. Una vez acabado mi segundo almuerzo siento el estómago lleno y pienso que ahora hay un agujero menos que tapar en mi vida. Me monto en la bici y pedaleo tranquilamente a lo largo de la Gran Vía, dejando que el propio tráfico y el ambiente de la ciudad vayan irritándome poco a poco. Media hora mas tarde estoy atando la bici enfrente del gimnasio y fijándome el mp3 al brazo. Recuerdo una película que vi hace no mucho en la cual el protagonista, por un síndrome de estrés post-traumático va a todas partes con unos auriculares enormes, pues mientras escucha música no piensa en su familia muerta en el 11S. No quiero compararme con ese hombre, pero es cierto que ayuda bastante a poner la mente en blanco, aunque también te impide relacionarte con la gente del gimnasio, mal menor teniendo en cuenta que a esa hora de la mañana el gimnasio está lleno de, en su mayor parte, viejos. No tengo nada en contra de la gente de la tercera edad, pero estuve mas de un año repartiendo periódicos frente a un hospital y acabé con los cojones pelados de tener conversaciones de ascensor con los susodichos, y francamente, ahora mismo lo que necesito es una conversación profunda que me llene o me anime, no a alguien explicando como sus nietos están triunfando en la vida o los problemas que tienen por la noche para orinar. Recuerdo uno en concreto que me aconsejó follar todo lo posible, pues cuando la naturaleza decide que se te acabó el sexo es entonces cuado lo echas de menos. Joder, yo ya lo echo de menos. Al cabo de un rato de estar haciendo los ejercicios pertinentes viene el monitor del gimnasio y me anima a esforzarme mas, dispara un par de comentarios desmoralizantes referentes a mi capacidad para parecer una nenaza y se va ¿No se supone que el ejercicio relaja y libera el estrés? Pues al salir del gimnasio al cabo de hora y pico me siento mas o menos igual, lo que un poco mas cansado.

Llego a casa, saludo a mi madre, saludo a mi hermano y saludo al paleta ¿Cuándo se acabarán las putas obras? Llevo ya dos semanas teniendo que subirme a una mesa llena de trastos por tal de llegar al armario donde guardo los gallumbos. Tengo la escalera de la litera de mi hermano en el lavabo. La lavadora está debajo de un montón de juegos de mesa y hace días que no veo ninguna de mis tres guitarras. Intento no parar demasiado en casa pues la verdad es que no se puede ni estar sentado cómodamente, pero tampoco tengo muchas otras cosas que hacer. Me ducho y vuelvo a hacer mis estiramientos. Le pongo el tapón a la bañera para que el agua caliente un poco mis pies congelados. Aprovechando el medio palmo de agua que se acumula planto mi trasero en el mármol y me agarro las rodillas. El agua cae ardiendo sobre mi cabeza y regalima por mi cuerpo, pero en el fondo, muy en el fondo, sigo teniendo frío. La bañera se llena poco a poco y ya no me noto los pies entumecidos, pero sigo teniendo frío. La monotonía puede ser de los peores enemigos que uno puede tener pero ¿y si a parte de ese día a día tan repetitivo y aburrido nos enfrentamos a días que por sí solos ya no nos gustan? Cierro los ojos y oigo como el agua cae sobre mi cabeza. Noto riachuelillos de agua surcando mi cara, mojando mis labios y precipitándose barbilla abajo. Cierro el grifo y dejo que las gotas de agua que cubren mi cuerpo vayan reptando pausadamente hasta el charco de un palmo que cubre el fondo de la bañera. Como si se tratara de una bolsa de palomitas, espero a que pasen tres segundos sin oír ninguna gota de agua caer a la bañera para incorporarme y abrir la mampara de la ducha. Limpio con papel del culo el vaho acumulado en el espejo y veo la cara de un joven cansado y deprimido. Y recién es mediodía. Esperemos que la tarde me depare alguna que otra alegría. Y si no, para algo Dios inventó la masturbación ¿no?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

evidentemente es muy tarde y comento antes de leer

www.quevidamastriste.com

Te has dejado los www y el .com juer !

(grandes los cortos de este hombre, para verlos con calma sin duda . ..)

Anónimo dijo...

al final has conseguido que lo lea. . . .

tal vez yo no sea una de esas personas que tendria que leer ese par de frases que harian avanzar (o retroceder) algunas cosas, pero. . solo puedo decir una cosa sobre el escrito:

Me gusta.