jueves, 15 de noviembre de 2007

Terribles momentos de pesadez

El señor "Word" me deleita con una figurada hoja de papel en blanco. Pongo las manos sobre el teclado, alzo un dedo con el fin de coger carrerilla, pero no. La inspiración se queda atascada en lo mas profundo de mi ser, en un embotellamiento provocado por un buen montón de inseguridades, miedos, verguenzas y secretos. Tengo las cañerías del cerebro oxidadas y repletas de basura. Apago la luz del escritorio y miro fijamente la luz blanca que el ordenador bombardea a mi cara. Sigo sin inspirarme. Me recuesto sobre el respaldo del asiento y me vuelvo a incorporar. Me siento como si alguien hubiera cogido mi cerebro tal que una bolsa de basura y la hubiera aporreado insistentemente contra una pared para moldearla y meterla en un contendor lleno de, en su mayor parte, mierda. Una ventanita parpadeante aparece en una esquina de la pantalla. Por lo visto alguien quiere saber donde me he metido todos estos dias y si me ha pasado algo. Me toco el vientre y solo noto costillas. Me toco la cara y después de arrancarme un mechón de pelo de la barbilla me convenzo de que jamás había tenido tanto pelo en la barba. Vuelvo a poner las manos sobre el teclado y me fijo que las mangas del albornoz están completamente manchadas de café. La habitación está en silencio. Oigo el crugir de la silla de madera bajo mi trasero. Oigo a lo lejos como el reloj de pared del comedor canta un tic-tac hipnotizante. Oigo el constante rugir de la nevera. Oigo el ascensor subir y bajar por el patio de luces. Oigo los coches deteniéndose y arrancándose en el semáforo de la esquina, mientras un avión surca el cielo. Oigo ese silencio que eriza los pelos de la nuca. En la base de la pantalla hay ya varias ventanas de chat abiertas preguntando que me pasa, donde estoy, cuando volveré, etc... No me importa que les importe. Me vuelvo a la cama. Me revuelco bajo la sabana y noto como el albornoz se enrolla en mi cintura y la oprime. Me pongo en posición fetal esperando entrar en calor. La imagen de una sonrisa conocida cruza mi mente y mi mundo se viene abajo. Veo esa hilera de dientes descubrirse tras unos labios carnosos y una mueca de felicidad. Y tal como viene se va, dejándome más solo que antes. Suspiro pesadamente y me percato de que apesto. No importa. La hoja sigue en blanco.

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