Un encuentro atípico
Éste es mi momento. Tengo los ojos cerrados y oigo la voz de Bono cantándome al oído. Periódicamente suelto un inevitable y casi inaudible gemido de placer. Llevo semanas en compañía de Isaac Asimov, y hoy he decidido que necesitaba otro tipo de compañía, una compañía con la que me pueda dar un baño caliente. Le beso el cuello cariñosamente y luego planto mis labios en su boca. Un sabor agradable moja suavemente la punta de mi lengua, sabor que junto con el crujir de las burbujas de jabón que cubren mi desnudo provocan una sensación de paz interior indescriptible. No abro los ojos hasta que noto la textura de la espuma acariciando mi boca. Dejo la Voll Damm en la repisa del lavabo y tras unos breves instantes decido que todavía me siento excesivamente sobrio para un viernes por la noche, sobrio y solo. Llevo semanas solo, tirado en pijama por casa lamentándome de mí mismo. Tal vez debería salir más y buscarme otra novia. Es muy típico que cuando nos sentimos solos estamos esperando como gilipollas a que llamen a nuestra puerta, y eso nunca ocurre. Si quieres algo siempre tienes que buscarlo tú mismo. Alargo el brazo y agarro otra cerveza. Cuando ya estoy con el abridor a punto de desvirgar la botella la puerta se abre súbitamente dejado pasar una irritante corriente de aire. La cabeza de mi madre se asoma desde detrás de la puerta. “Tienes visita”, me dice.
- Una tal Erica está subiendo – me contesta cuando le pregunto de quién se trata
- Haberme avisado, al menos, me estoy bañando...- le digo con cara irritada por el frío que recorre la estancia.
- Mira, chico, no he pensado
- Erica, has dicho ¿seguro?
Mi madre cierra la puerta después de decirle que, primero, en cuanto suba Erica la haga pasar al cuarto de baño y, segundo, no pregunte porqué quiero que entre. Seguramente no es más que Andrés gastándome una broma pesada, pero por si acaso cojo una toalla y la hundo en el agua para cubrirme las partes. La puerta se abre cuando estoy disfrutando del primer trago de rubia. Al desempinar el codo y apartar la cerveza de mi campo de visión veo a esa chica con cara de sorpresa girándose avergonzada intentando huir de las situación antes de que, definitivamente, la puerta del baño se cerrara en sus morros.
- ¿Erica?
- Me podría haber esperado fuera hasta que acabaras – dice girándose vergonzosamente para clavar su vista en mis ojos. Supongo que esa es la mirada que tenemos nosotros cuando intentamos no precipitarla al escote de alguna.
- Lo siento, pensaba que eras otra persona... ¿Quieres una cerveza? – digo agitando la nevera portátil que había al pie de la bañera.
- No, gracias
Se hace un silencio. Un silencio eterno. Un silencio incómodo, violento. Un silencio inaguantable. Ella me mira, pero su cabeza vuela por no sé dónde. Baja la cabeza. Abre la boca. Vuelve a subir la cara. Me mira. Baja la vista nuevamente. Habla.
- No sé ni por dónde empezar – dice sentándose en el retrete junto a la bañera- Sé que no tengo ningún derecho a reaparecer de repente, estropeándote el baño y pretender que me hagas caso de nuevo – baja la vista y se mira las manos mientras se las frota a pesar del calor predominante en el baño – la cuestión es que últimamente pienso mucho en ti y, porque no decirlo, te hecho de menos y...
Mientras sigue hablando me escurro a lo largo de la bañera y me incorporo a su lado. A pesar de estar mojado y cubierto de espuma me abraza fuertemente impregnando su jersey de agua y jabón. Huelo su pelo. Me gusta. Tal vez a ella le gusta como huele el mío. Me acaricia el pelo de la nuca y se me erizan los pelos de todo el cuerpo. Disfruto de este mejilla-con-mejilla durante unos instantes. Me retiro, tan sólo unos centímetros. Lo justo para no tener que enfrentarme a su mirada pero sin renunciar a esos dulces suspiros en mi oreja. Me encantan. Noto que los suspiros abandonan mi oreja, cruzan mi mejilla y se detienen tan sólo un instante en la comisura de mis labios. Ésta es mi entrada. Segundos mas tarde abro los ojos y veo que su cara está rotando sobre mi boca y ella también me mira y achina los ojos y me gusta y es perfecto. Noto como la toalla que llevo enrollada a la cintura se estampa contra la pared de la bañera. Muy a mi pesar me retiro del combate con cara feliciana. “¿Qué ocurre?”, dice ella extrañada.
- Acabo de darme cuenta de que estoy desnudo
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